lunes, 30 de septiembre de 2013

Proyecto Breaking Bad. Felina, un epílogo para Walter White


Felina no ha sabido a final como sí lo hizo Ozymandias. Hace dos semanas especialistas y blogueros comentábamos que el antepenúltimo episodio de la serie, en el que Hank muere asesinado por el tío Jack y en que Walter se separa definitivamente de su familia, parecía el desenlace narrativo real de Breaking Bad. No solo porque el capítulo zanjaba algunas dudas de la ficción, sino porque también condensaba esa mitología adrenalítica y westeriana que Vince Gilligan y su equipo han consagrado. Es por ello que, como se comenta en las redes sociales, la series finale, Felina, ha dejado con ganas de más, pues es un epílogo, la despedida apropiada que pide Walter White, más que una clausura como tal. En el último capítulo, la suerte vuelve a ponerse de lado de Heisenberg, por última vez; si los seis primeros capítulos de la recta final fueron la deconstrucción de esa leyenda, inaugurada por su propio ego, el que le hizo guardar el libro firmado por Boetticher, y rematada por el azar en la sangrienta y desértica trampa de Ozymandias, Felina es la última voluntad de Walter White. Como si fuera una última plegaria, ese "llévame a casa" que susurra en el coche robado segundos antes de que las llaves caigan sobre el salpicadero, White consigue sobrevivir a su retiro en New Hampshire para proteger su dinero, despedirse de su familia, salvar a Jesse y vengar su suerte antes de morir disparado. 

Una de las críticas más acertadas sobre los más y los menos de Felina es la de Maureen Ryan. Es cierto que sobran ciertos momentos y faltan quizá otros (los villanos a los que venga Walt nos importan mucho menos que su último encuentro con Jesse, al que apenas se le dedican dos minutos), y que podemos echar de menos esa combinación sobresaliente entre acción y enjundia moral. Sin embargo, el final de Breaking Bad es probablemente el mejor posible; los últimos capítulos nos han llevado hasta allí y es parte del contrato respetar el camino elegido por sus creadores, ya que no es ni mucho menos incoherente o desacertado. De hecho, es interesante cómo el equipo de la ficción vuelve a Gretchen y Elliott en Felina, idea que según comentan algunos medios surgió de Kevin Cordasco, el adolescente víctima del cáncer al que dedicaron Blood Money. La ex novia y el compañero de juventud de Walter White guardan un debate moral con mucha chicha y en el que incluso se ha visto cierta crítica social, el orgullo frente a la desigualdad económica, algo que trataron Gray Matter y Peekaboo, uno de los mejores episodios de la ficción. Inconscientes culpables de la desgracia de Walter ya también para nosotros, de la pringadez de la que siempre hemos querido que se redima, la pareja de magnates se verá obligada a garantizar el dinero (¡el de White, ojo, no el de ellos!) a su mujer y a sus hijos. 

En escenas como ésa apreciamos la tranquilidad con la que Gilligan se toma el último episodio, que ha escrito y dirigido. Felina nos ayuda a combatir el duelo por tan taquicárdica recta final, y algunos ven en ese ajuste de cuentas cierta marcha atrás respecto al sanguinario desenlace que esperábamos, pero eso no nos libra de amargura. La escena de la despedida familiar es la más triste y sobrecogedora de Breaking Bad; por mucho que agradezcamos que ningún White más se quede por el camino, ver las lágrimas de Skyler y a Walt acariciando por última vez a su hija y despidiéndose de Flynn en la distancia es para no parar de llorar (más tras el flashback al 50 cumpleaños del capítulo piloto que vemos minutos antes). Al menos White obsequia a su mujer con una última confesión que esconde el sentido de su personaje: "Lo hice por mí. Me gustaba, y me hacía sentir vivo". Con claridad cristalina, Walter White reconoce que su familia empezó siendo su motivo y acabó siendo su excusa en el imperio de la droga, en una cita que remite a aquella conversación con Hank en Better Call Saul y en que admite haber perdido el miedo a todo al saber que estaba tan cerca de morir. Al fin y al cabo Breaking Bad es la historia de un hombre que quiere tomar las riendas de su destino y sentirse vivo en sus últimos días. 

Su encuentro final con Jesse, al que salva de morir tiroteado en la carnicería que prepara para Todd, tío Jack y compañía, también nos deja sensación de clausura. Pinkman se niega a matar al hombre al que quiso como a un padre, no solo por no caer otra vez en su egoísta voluntad sino porque él nunca fue un asesino; será de nuevo el azar, ahora en forma de bala, quien acabe con Heisenberg, que apurará sus minutos finales reflejado en los metales de un laboratorio de droga, en su vuelta a casaFelina, que juega con las siglas químicas de hierro, litio y sodio (sangre, metanfetamina y lágrimas), y con la canción El Paso, de Marty Robbins (al final suena Baby Blue, de Badfinger y su "Supongo que tengo lo que merecía"), dispara más al corazón espiritual de Breaking Bad que al narrativo. La series finale es un tributo al hombre que hubo entre el Walter White más inocente y el Heisenberg más peligroso, al que reconocer su parte en la destrucción de su familia no le impide recordar con absoluta felicidad su reinado criminal. Aquí Gilligan y compañía nos ponen de nuevo ante el gran dilema moral de la serie y uno de los debates televisivos por excelencia. ¿Cuándo hemos empezado a admirar la narcótica aventura del profe de química y a despreciar su currículum sangriento? ¿Hasta qué punto hemos amado al Walter White pusilánime y odiado a su valiente reverso? ¿Odiamos a Heisenberg siquiera ahora?

jueves, 26 de septiembre de 2013

Proyecto Breaking Bad. El equipo Gilligan


La ficción televisiva, al igual que la de la gran pantalla, es un trabajo en equipo a gran escala, y Breaking Bad no es menos. Vince Gilligan será siempre el padre de la serie porque de él nació la idea y porque él reunió al equipo humano que hay detrás de ella, pero también por la mitología derivada de la etiqueta de Creado por, ahora tan aclamada como la de Dirigido por. Breaking Bad sería probablemente una serie menor si no fuera por los guionistas, directores y productores que acompañan a Gilligan; el dio las primeras pinceladas del retrato de Walter White a golpe de un humor, intriga y suspense heredados en parte de Expediente X. Allí conoció a algunos miembros, otros vinieron de fuera, de los que hoy forman la escuela Breaking Bad, profesionales de la tele cuyos nombres no sabemos o no recordamos pero sin los que no existirían esas obras maestras de 42 minutos.


Peter Gould, la mano derecha

El hombre a la sombra de Vince Gilligan (no olvidemos a George Mastras) con más papeletas para heredar su factoría y nuevo producto en AMC, Better call Saul. El guionista y productor Peter Gould, curtido casi únicamente en Breaking Bad, es el que más capítulos de la serie ha escrito o coescrito después de su creador. Aunque tanteó el terreno de la primera temporada con un solo episodio, Gould dio el bombazo en la segunda con dos momentos lapidarios: Bit by a dead bee (2.03), en el que Walt escupe a un psicólogo el orgullo que le convertirá en el rey de la metanfetamina ("Mi esposa está embarazada de un bebé que no planeamos, mi hijo tiene parálisis cerebral y en 18 meses estaré muerto"), y Better call Saul (2.08), el episodio debut del personaje interpretado por Bob Odendirk, de quien es realmente el creador. También ha participado en los guiones de capitulazos como Half measures (3.12), Blood money (5.09) y Granite state (5.15), y director de éste último y de Problem dog (4.07). 


Michelle MacLaren, la mujer tras la cámara

Breaking Bad, The Walking Dead y Juego de Tronos rematan un curriculum iniciado hace más de 10 años, también en Expediente X. Michelle MacLaren es sin lugar a dudas una de las mejores directoras de la televisión actual, no de ésas que hacen grandes virguerías detrás de la cámara, que también, sino de las que saben clavar la planificación visual que el guión exige. MacLaren, que después ha sido productora de la serie, se estrenó con uno de los capítulos más recordados de Breaking Bad, 4 days out (2.09), en el que la RV deja tirados en pleno desierto a Walt y Jesse. Aquí demostró su mano en escenas tranquilas, divertidas pero reflexivas, y en los grandes angulares de Nuevo México, pero su puesta de largo fue un momento irrepetible de acción: la escena final de One minute (3.07), el enfrentamiento entre Hank y los Salamanca. Se ha lucido además, entre otros, en dos de los últimos episodios: Buried (5.09), la memorable hora de Skyler White, y To'hajiilee (5.13), que vuelve al escenario del piloto. 


Moira Walley-Beckett, reflexión y subtexto

MacLaren es la claqueta de cabecera del equipo Gilligan y otra mujer, Moira Walley-Beckett, es una de sus plumas imprescindibles. Esta veterana actriz, que formó parte además del staff responsable de Pan Am, es la guionista más prolífica de Breaking Bad, y puede presumir de haber sacado adelante uno de sus indiscutibles capítulos estrella, Ozymandias (5.14). Es curioso que el equipo de la ficción confiara en ella, que antes se había encargado de momentos menores, a excepción esa joya reflexiva que fue Fly (3.10), para coescribir el que ha sido probablemente el capítulo más importante de la serie hasta el momento. Aún así, Walley-Beckett bordó sobre el guión de Ozymandias la muerte de Hank, el ataque de Walt contra Skyler cuchillo en mano y su llamada telefónica posterior, una conversación cargada de subtexto en que el profe de química desaparece definitivamente dentro de Heisenberg. MacLaren y Walley-Beckett han demostrado que la labor femenina en televisión no siempre entiende de géneros. 


Rian Johnson, tres veces bueno
 
Un director con el que Moira Walley-Beckett hace muy buenas migas en lo audiovisual es Rian Johnson. Al cineasta, que ha escrito y se ha puesto tras las cámaras de Brick y Looper, dos pelis muy aclamadas del Hollywood mainstream, puede aplicársele lo de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. En su caso, tres; tres capítulos de Breaking Bad en la dirección. Su primer trabajo con un guión no escrito por él mismo fue ese divertido y psicotrópico Fly, de Gilligan y Walley-Beckett, sobre la sintomática obsesión de Walt por una mosca que se cuela en el laboratorio. Repitió en Fifty-one (5.04), uno de los momentos más perturbadores de la serie, dedicado a la depresión de Skyler White y en que finge un intento de suicidio en la piscina; y en el genial Ozymandias. Su sincronización con Walley-Beckett, con la que formó tándem de nuevo en ese episodio, fue escalofriante, de la escena inicial al enfrentamiento en el salón. Caso similar fue el de Bryan Cranston, que dirigió tres capítulos, Blood Money (5.09) el mejor de ellos. 


George Mastras, tercero en discordia

Tercer miembro de la terna Breaking Bad. George Mastras, productor y guionista (y hermano de Maria Jacquemetton, que desempeña las mismas labores en Mad Men: momento gossip), es el que más capítulos de Breaking Bad ha escrito después de Gilligan y Gould. Y es, al igual que Gould, uno de los miembros del equipo que empezó desde abajo para convertirse en perpetuador del know-how de la serie en intriga y suspense. Mastras participó en tres episodios capitales en la recta inicial de Breaking Bad: Crazy handful of nothin' (1.06), en el que Walter, ya rapado, vuela por los aires la cueva de Tuco Salamanca; Grilled (2.02), tan climático como tronchante, en que el loquísimo narco secuestra a White y Pinkman; y Mandala (2.12), donde Heisenberg debe decidir si asistir a su primera entrega con Gus Fring o al parto de su mujer. Merece una mención especial Sam Catlin, escritor de la Primera División de Gilligan y pareja creativa de George Mastras, Michelle MacLaren en 4 days out y Rian Johnson en Fifty-one

miércoles, 11 de septiembre de 2013

De 24 a Homeland. La ficción frente al 11S


Dos acontecimientos de los últimos 30 años han cambiado no sólo la política internacional sino también la forma en que la filosofía, la sociedad y la cultura, también la televisión, se acercan a ella. La caída del muro de Berlín creó las imágenes de la prosperidad económica posterior y la creación del Estado del Bienestar durante décadas; los atentados del 11 de septiembre, por el contrario, cortaron la cinta de la cultura del miedo y la decadencia occidental. Hoy, cuando se cumplen doce años del 11S, las críticas y los análisis televisivos siguen considerándolo como el evento más influyente en los derroteros de la pequeña pantalla, no sólo por sus imágenes sino por la manera en que series como Los Soprano, Mad Men o Homeland se han enfrentado al American Way of Life. El cine no dudó en atreverse enseguida con películas como United 93 o World Trade Center, pero la televisión lo pudo encarar con el tiempo necesario para la reflexión; de hecho, algunas ficciones vivieron el antes y el después del 11S y cambiaron el chip en su regreso a la parrilla norteamericana en el otoño de 2001.

El caso más urgente y puede que el más célebre fue el de El ala oeste. La serie de Aaron Sorkin estrenó el día 3 de octubre, apenas un mes después de los ataques, Isaac and Ishmael, especial dedicado a la memoria de las víctimas en el que el equipo del presidente Bartlet se enfrenta a un atentado terrorista bajo la sombra del yihadismo. Aunque de forma forzada para parte de la crítica, lo cierto es que Sorkin y compañía remataron en tiempo record un capítulo que defendía el respeto cultural y la resolución pacífica del conflicto. Otras dos grandes series del momento dialogaron con el 11S, no solo ofreciendo su propia mirada sino filtrando la tragedia en su discurso. Sexo en Nueva York consagró su propio tributo con mensajes de apoyo a bomberos y policías en el skyline de Manhattan, que recuperó su televisivo glamour. Por el contrario, Los Soprano, ya de por sí cínica con figuras occidentales como la mafia, eliminó las Torres Gemelas de su cabecera y siguió profundizando en las sombrías mentiras del hombre y el sueño americano

Ficciones posteriores también afrontaron, conscientemente o no y desde diferentes fórmulas, las heridas culturales del 11S: Battlestar Galactica (2004), el remake de la serie de los 70 sobre una civilización en andamios tras un ataque alienígena y sobre la que pende la sospecha del genocidio; Mad Men (2007), construcción y posterior deconstrucción del hombre de los años 60, que se enfrenta una vez tras otra a la muerte de la esperanza política en la imagen televisiva de los magnicidios de los Kennedy y Martin Luther King; Fringe (2008), donde una nación bajo continuos ataques bioterroristas descubre su culpa en experimentos militares (con un guiño buenista, además, a las Torres Gemelas); o Rubicon (2010), la primera en hablar directamente del 11S, la cultura del miedo y la paranoia social ante el terrorismo (Carrie Mathison es digna sucesora de su protagonista, Will Travers). Sin embargo, fue 24, estrenada en 2001, la que marcó el ritmo de la intriga política y creó todo un subgénero a partir del 11S.

La serie de Jack Bauer fue una adelantada a la actualidad, y por eso los ejecutivos de Fox temieron que nunca viera la luz; el piloto de 24, grabado meses antes del 11S, sigue en tiempo real una operación que intenta evitar un atentado contra un candidato presidencial. Aun así, su acción y su despliegue tecnológico (sobre todo en lo referente al control social) conectó con la audiencia 'nacida' de los atentados y contagió a otras como Flashforward o Person of Interest. El discurso definitivo ha venido a darlo la arriesgada Homeland, que ha llegado a introducirnos en el 11S después del 11S, el ataque que sufre Langley en la segunda temporada. Su fórmula da un paso más en la mirada del género hacia los buenos y los malos, una línea más difusa que nunca desde el relativismo rabioso, reprobable y falible de Carrie Mathison, que cae en una peligrosa paranoia antiterrorista. Las imágenes televisivas del 11 de septiembre trascendieron de los noticiarios a la ficción, que no solo las ha recibido en la forma de nuevos géneros, también en discursos sobre cómo los norteamericanos se ven a sí mismos 12 años después.