martes, 25 de junio de 2013

La temporada incómoda de Mad Men


SPOILERS de la sexta temporada de Mad Men 

Es pecado capital decir o incluso pensar que Mad Men es una mala ficción. Habrá a quien le guste más y a quien le guste menos y a quien no le guste, pero Mad Men siempre se muestra como la buena serie que es (más allá de su excelencia formal y de escritura), respetuosa y coherente. Una combinación entre coherencia y sorpresa cuya perfección depende del capítulo y la temporada, pero es cierto que a Matthew Weiner y su equipo casi se les corta la mayonesa en esta sexta y hacen llegar al espectador a un extrañamiento de no retorno, y eso que con ella siempre somos especialmente pacientes. Lo que sí puede ser, como han sido estos trece capítulos, es incómoda, difícil, críptica, a veces redundante y siempre amarga (no amarga en plan gracioso como en la quinta temporada, sino directamente deprimente), aunque en el caso de Mad Men esto habla más de sus protagonistas que de la propia serie. Si las anteriores entregas hablaron de la llegada de Don Draper a la cima como ese profesional al que admiran todos y ese hombre de cuya fachada todos se enamoran, y la quinta nos hizo pensar que algo admirable de ello permeabilizaría en el publicista, la sexta es la caída del mito, al que todos odian según muestra su verdadera cara. El desnudo de Don Draper es tan oscuro y despreciable como lo ha sido la temporada. 

Hablamos al comienzo, a partir de la premiere, que tras la revolución de tono en la quinta, Mad Men recuperaba ideas que siempre habían rondado la serie, como la muerte, y en capítulos posteriores lo hizo con cierto subtexto sobre el caos, el perdón y la culpa, y perturbadoras pistas sobre el asesinato, ya sea en Megan o en la madre de Pete, como se sugiere en la finale. Es difícil hacer una sinopsis de la sexta entrega porque se ha movido menos hacia delante –jamás se ha caracterizado por la acción, pero ahora menos que nunca, de ahí la sensación de lo caótico que también está en la historia– que de manera transversal, llena de símbolos y referencias que la acaban dando sentido. En ese aspecto, Mad Men retrata muy bien a través de Don Draper la época, el estado policial del sangriento mayo del 68 norteamericano, la pérdida de control. Después de que su hija le pille en pleno polvo con su amante y de hacer perder a Sterling Cooper & Partners varios negocios, Don intenta recuperar el control huyendo a California y recurriendo de nuevo a la seguridad del matrimonio, como acaba haciendo Ted. Sin embargo, en una especie de epifanía egoísta, decide sacrificarse –la escena de la reunión con Hershey es probablemente su mayor acto de sinceridad en seis temporadas–, quedarse en Nueva York y afrontar las mentiras, entre ellas Megan.

La sexta temporada nos devuelve aumentado a un Don Draper infiel, mentiroso, misógino, egocéntrico, cada vez más ruin como hombre y compañero y cada vez menos efectivo como profesional, pero siempre pende sobre él la idea del arrepentimiento y del castigo. Mucho se ha hablado de las referencias, conscientes o no, a La semilla del diablo, la imagen de Sally leyendo el libro, la camiseta de Megan, la escena del cine o el anuncio que idea Peggy, y al final funcionan como un juego macabro. No creo haber sido el primero en pensar, aunque sea por sugestión, que Megan va a acabar apuñalada en cualquier callejón cuando sale del apartamento en una de las últimas escenas, como una coña sobre lo que Don podría haber perdido. Sea como sea, después de esa ruptura simbólica y de ser retirado de la compañía, recurre a sus hijos como una manera de enmendar a través del futuro de los pequeños su propio pasado, muy presente en la temporada, sea una justificación de su vileza o simple parte de su retrato. La reflexión de Don sobre la paternidad, su gesto hacia el hijo de Sylvia y las imágenes del noticiario sobre el negro futuro de los jóvenes frente a la violencia y las drogas cobran sentido en la finale: Don renuncia a California y se queda a reparar, a través de sus hijos, las grietas de lo que ha ayudado a destruir.

Sobre esta simbiosis entre lo histórico y el personaje, algo en lo que siempre ha sido y vuelve a ser perfecta, ha hablado Matthew Weiner en una entrevista a Vulture, entre otras cosas. Mad Men es de nuevo acertada en el retrato de los hombres y mujeres de la época, que llevan ocho años al borde de un cambio que estalla en 1968, cuando mueren asesinados Marthin Luther King y Robert Kennedy, símbolos de la esperanza. El discreto pero rancio aburguesamiento de Peggy, que acaba haciéndose con el despacho de Don; los intentos de Joan por sacudirse su imagen de mujer que lo consigue todo a través del sexo (genial el capítulo To have and to hold); los conflictos masculinos que remiten a los ideales norteamericanos del episodio Nixon vs. Kennedy, a través de Don vs. Ted y Pete vs. Bob; la lucha que mantiene Pete frente a la forzada admiración de Bob Benson, y que recuerda a su arribismo y su constante comparación con Don; el descubrimiento de Sally de lo que realmente es un hombre y de lo que es capaz de hacer con ellos como mujer. Imágenes y sensaciones puntuales como éstas conforman una temporada a propósito difícil e incómoda, tanto como lo que discurre en su interior, que vuelve a demostrar la excelencia y la delicadeza de su equipo a la hora de narrar y el por qué sigue siendo la debilidad de la televisión.

1 comentario:

  1. Me encanta la actuación de todos, los personajes de la serie son fantásticos.En general, Mad Men en HBO se me hace una de las mejores series de los últimos años. Felicidades a sus creadores. Supieron hacer una historia muy interesante.

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