SPOILERS de la season finale de Revenge
Como Peret al ver a su amigo volver de cañas, a nosotros
también se nos han caído los palos del sombrajo al saber que la madre de Amanda
Clarke está viva. Y a la expectativa de ver a la matriarca volver de comprar
tabaco (y saber qué grande puede unirse al reparto para ponerse en su piel) hay
que añadir la posibilidad de que la susodicha sea más mala que la quina y tenga
mucho que callar respecto a la muerte de su marido. Con esta y otras perlas de season finale (pocas canciones tan cinematográficas como los Seven devils de
Florence + The Machine), Revenge ha afrontado su tributo al culebrón por todo
lo alto. Lo innegable es que, a pesar de lo malogrado del género, la de Mike
Kelley nos lo ha puesto fácil con el efecto diegético (a ver quién tiene huevos
de ver la nueva Dallas) y se ha subido al podio de las mejores del año. Con sus
giros whathefuckeantes, las caras de rabiosa de Emily VanCamp y el mosqueante
estrabismo de Madeleine Stowe, Revenge ha conseguido sacudirle el
polvo a una fórmula vapuleada y traérsela al prime time con más clase
que ridículo.
Y con mucha mala leche. El trayecto de Amanda Clarke puede retomar caminos ya transitados por la televisión, y recuperar con más o menos histrionismo figuras tendentes al resentimiento desde Electra al conde de Montecristo, pero no se queda coja, ni mucho menos, al hablar de las consecuencias de pasarse de rencorosa. Revenge comenzó siendo un procedimental ligero sobre cómo joderle la vida a la gente y se ha convertido en un thriller tramposo sobre las etapas de la venganza, analizadas por la protagonista en sus monólogos capítulo a capítulo, haciendo que se le pongan los pelos de punta a cualquier curtido espectador de HBO. Desde las primeras vendettas, cuando aún había cabida para la compasión, los planes de Amanda ahora conducen al crimen una y otra vez.
Y con mucha mala leche. El trayecto de Amanda Clarke puede retomar caminos ya transitados por la televisión, y recuperar con más o menos histrionismo figuras tendentes al resentimiento desde Electra al conde de Montecristo, pero no se queda coja, ni mucho menos, al hablar de las consecuencias de pasarse de rencorosa. Revenge comenzó siendo un procedimental ligero sobre cómo joderle la vida a la gente y se ha convertido en un thriller tramposo sobre las etapas de la venganza, analizadas por la protagonista en sus monólogos capítulo a capítulo, haciendo que se le pongan los pelos de punta a cualquier curtido espectador de HBO. Desde las primeras vendettas, cuando aún había cabida para la compasión, los planes de Amanda ahora conducen al crimen una y otra vez.
Tras la muerte de Tyler en aquel angustioso capítulo de
convergencia temporal, Revenge ha ganado enteros en crueldad tanto como en
dispersión, lo que se perdona a la espera de que la sangre llegue al río. Hasta
el personaje más insignificante aparentemente ha acabado pasándose al lado
oscuro en su particular ajuste de cuentas: Charlotte y Daniel, llevados por la
mentira y la duda, se han convertido en meritorios Grayson; Jack y Declan,
encubridores de asesinato; Emily Thorne se hace con el novio por derecho de
Amanda, lo único que la une al pasado y que puede hacerle más fácil la
redención; Takeda, ¿una de las manos negras para la segunda temporada?; Victoria
y Conrad, inmersos en una guerra fría brutal vía infidelidad y muerte con un
final de angina de pecho…
Revenge ha demostrado que lo de culebrón se le queda corto. Los de ABC han barrido para casa y se han traído lo mejor de las últimas trangresiones en el criminal catódico, que lo mismo te vale pa’ un thriller (véanse ciertas similitudes respecto a la temporalidad de Damages, por no hablar del Patty Hewes-Ellen Parsons que se marcan Stowe y VanCamp en cada episodio) que pa’ un drama, como en este caso. El suspense provocado por el flashback inicial, que también formará parte de la estructura narrativa de la segunda entrega, espoleó 16 primeros capítulos de infarto, y lo combinó con la intriga (las menciones a la madre de Amanda eran miguitas del pastel final, y los planos de Victoria subiendo al avión son perturbadoramente visionarios) en una season finale prácticamente perfecta. Aún con una fórmula tan simpática para el espectador, y en una época dada especialmente a la violación genérica, la ficción es en ocasiones infravalorada por su adscripción a ciertas estrategias manipuladoras de la soap-opera. ¿Quién le pone la pierna encima al género para que no levante cabeza? Definitivamente, Mike Kelley no.