martes, 6 de diciembre de 2011

Deseo, peligro, Homeland

La intriga conspiranoica de la era post 11-S ha ganado enteros gracias a Homeland, y lo curioso es que no precisamente por su discurso político. La serie emblema del nuevo cable de Showtime fue pronto coronada por la crítica amateur y especializada como el mejor estreno del otoño, y es que la malrollera frescura de Carrie Mathison ha concedido un lustre innegable a un género muy vistoso pero llamado a cerrar filas. Homeland es la hermana serializada y borde de 24, Flashforward y Person of interest, y no menos cínica e insondable que Rubicon. Howard Gordon y Alex Gansa, del backstage de 24, añaden un agradecido plus de complejidad emocional al ideario antiterrorista de Jack Bauer, igual de entretenido pero mucho más profundo. Si algo nos ha enseñado The Good Wife es que las decisiones políticas se toman en casa; Homeland difumina aun más el convencional límite entre lo correcto y lo incorrecto en una historia en que la culpa, el miedo, el resentimiento y el deseo son mucho más peligrosos que las bombas. 

La de Showtime juega muy bien las cartas del género tirando de interrogatorios e imágenes del skyline desnudo de Washington para hacernos entrar en el juego del ratón y el gato de los protagonistas: Carrie (Claire Danes), agente de la CIA siempre en guardia ante la sospechosa aparición de un soldado desaparecido, Nicholas Brody (Damian Lewis). Homeland arma una revisión de la novela y serie israelí Hatufim (literalmente, abducidos), también traducida como Prisoners of War, cercana al panorama político contemporáneo, mucho más tramposo, angustioso y visceral; da la vuelta al clásico El mensajero del miedo y lo transforma en una versión televisiva de la modernísima Deseo, peligro, de Ang Lee. La pesadilla del terrorismo convierte a Carrie en una cazadora despiadada, que no duda en mimetizarse con el sargento Brody, vigilar su alcoba día y noche y meterse en su cama, para descubrir su secreto. No hay duda de que los mejores momentos de Homeland, también los más perturbadores, son aquellos en que la protagonista se sacude de escrúpulos y convierte al malo en una víctima de su paranoia.

Y es así como Carrie lleva al espectador a la trampa. Consciente de que el público intuye las reglas del juego genérico, sobre todo la que obliga a sospechar tanto del bueno como del malo, la serie convence de la chifladura de la protagonista y declara inocente a Brody para desmontar el artefacto un capítulo después. Homeland es un dispositivo narrativo tan manipulador como lo que cuenta (ha sido comparada con The Killing), lo que hace magistral y simbólica su representación de lo político a través de algo actualmente tan tramposo como la mente de un personaje. Y es que parece que la televisión se empeña en que no nos fiemos de ella ni un pelo. Lejos del azar argumental de series como True Blood, Homeland y The Killing sí saben trasladar la complejidad de la realidad contemporánea (el terrorismo en un caso, el asesinato en otro) a un mecanismo televisivo tan sintomático como entretenido y consumible por el espectador medio, aunque parezca un tanto inaccesible en ocasiones.