lunes, 24 de octubre de 2011

Pan Am; kitsch y sinvergüenza

Pan Am es descarada, facilona, utópica, cliché y empalagosa; Pan Am desafía las leyes de la verosimilitud, la masculinidad y la diégesis, y aún así es uno de los mejores estrenos de la temporada. Y lo cierto es que no sabemos muy bien por qué; Pan Am no es Ringer, imprescindible en su bizarrismo, ni True Blood, que nos ha cogido el brazo después de darle la mano. Lo de las azafatas de ABC es un cuento hiperrealista de nostalgia sesentera, y parece que nos ha conquistado por su frescura, su optimismo, y sobre todo, por su honradez. Lo que demuestra que no hay que tirar de densidad dramática a lo Weiner o de la transgresión formal de Murphy para hacer honor a un contexto y unas referencias concretas… Las networks ya no tienen complejo HBO; son capaces de cumplir lo prometido al espectador a base de historias con mucha miga de originalidad. En el preciso instante en el que el efecto Mad Men empezó a dar dolor de cabeza (sí, me refiero a The Playboy Club), Pan Am llegó haciendo caso omiso del envoltorio histórico y social y pasó directamente a darnos envidia de sixties.

A Jack Orman (Urgencias) y Thomas Schlamme (El ala oeste de la Casa Blanca) no les da vergüenza ser mitad novela de Danielle Steel, cuarto de culebrón venezolano y popurrí kitsch de referencias para el resto… De hecho, es posible que el eclecticismo del que hace gala Pan Am sea la única manera de contarnos esta contemporanísima historia sobre la aerolínea estadounidense más importante durante 60 años. Las hermanas Kate y Laura, ambas azafatas, la mayor espía del gobierno anticomunista, la pequeña recién huída de su boda; Colette, una francesa muy echada pa'lante con un pasado muy duro; Maggie (Christina Ricci), capaz de arriesgar el empleo por su fanatismo a lo Kennedy; Ted (Michael Mosley), piloto militar relegado al vuelo comercial… Todos parecen ser hijos del espíritu bigger than life que la ABC ha querido otorgar a la Pan American American Airways, una excusa para hablarnos de originales experiencias sobre confianza, sueños y otros subidones de glucosa.

Seguro que hemos oído mil veces acerca de ambición, valentía y superación de lo tradicional, pero nunca de boca de Pan Am. Es más, lo mejor que podían hacer los productores para que nos tomáramos en serio tanto algodón de azúcar era hacer otro tanto con su propio proyecto. Pan Am es irreverente, autodidacta y sinvergüenza; la serie roba a la historia la época, se apropia de la imagen colectiva de las ciudades capítulo a capítulo, aprovecha tópicos culebroniles y tramas a lo novela rosa, pone formas muy clásicas y usa flashbacks cuando le da la gana. Lo curioso es que tal jaleo referencial no se extiende a la esencia de la serie; Pan Am tiene grandes y muy particulares personajes, combina la serialidad y lo conclusivo como buena serie de network, es coherente en sus líneas de continuidad y respeta el leitmotiv idealista que ha prometido al espectador. Y aun así, parece que crítica y público no nos ponemos de acuerdo una vez más; Pan Am planea sobre la cancelación, pero no será por no haberse currado el volar con nosotros. 

viernes, 21 de octubre de 2011

Las chicas de la tele (II): New Girl

2011 es el año en que la sitcom tira la casa por la ventana. Por si quedaba aún alguna duda de que la comedia está en el punto de mira de los medios especializados por ser el género a la vanguardia televisiva de las últimas temporadas, New York Magazine retoma esta semana la reflexión sobre por qué podemos agradecer a Modern Family el renacimiento de la sitcom. Y parece que gran parte de todo esto se lo debemos a las chicas de la tele. Estaba claro que, después de tantos años de ver el formato de risas enlatadas como una antigüedad un tanto molesta que no tiramos por cariño, las fórmulas de la comedia estaban obligadas a vivir unas bodas de oro como Dios manda. Y en esto que llegó Modern family tras el fenómeno Friends-nostálgico de Cómo conocí a vuestra madre y el pelotazo de 30 Rock. La serie familiar de la ABC llegó para meterse a público y crítica en el bolsillo en sólo dos temporadas: no sólo vale con resultar gracioso, también tienes que saber buscarle las cosquillas a la audiencia, y Modern Family supo hacerlo con el retrato del nuevo hogar norteamericano.

New Girl y otras series ya comentadas como 2 Broke Girls o Suburgatory son hijas descaradas, más cool y cosmopolitas de la comedia yanqui en esta nueva edad de oro. Y algo nuevo tendrán que contar cuando éstas triunfan y sus hermanos a lo macho norteamericano se conforman con comerse los mocos. Y no me refiero a Ted Mosby... Las audiencias confirman el ocaso de la masculinidad noventera; How To Be a Gentleman no ha durado ni dos telediarios en CBS, y Last Man Standing y Man Up intentan mantener el tipo en ABC con su discurso sobre lo complicado de ser hombre cuando las jóvenes catódicas dejan de realizarse a través del compromiso emocional y pasan directamente a los follamigos. Max, Tessa y Jess reniegan del amor a base de decepciones y buscan alegrías en la amistad y el trabajo, en lo que creo una representación mucho más certera de las inquietudes femeninas actuales. 

Lo de New Girl es mérito doble; Elizabeth Meriwether, guionista de la peli Sin compromiso (nueva pista), y Zooey Deschanel se lo curran en su intención de dar una vuelta de tuerca a la comedia de chicas (de hecho, chica sólo hay una) a través de Jess, quien se muda a un apartamento de maromos después de que su novio le ponga los cuernos. Y lo que parece una historia clásica sobre empezar de cero a los veintimuchos es la coartada perfecta para poner en forma un producto con ganas de audiencia y unas pretensiones de calidad en la representación de la joven nowadays que se queda a medio camino por su falta de gracia (me refiero a la serie, que yo por Zoeey mato). Su originalidad empieza y acaba en el protagonismo femenino y en ciertas referencias culturales que la nombran comedia indie por excelencia; Deschanel destaca por abandonar los complejos a golpe de muecas desvergonzadas, escenas de Dirty Dancing y música de She & Him. New Girl será aún deficiente en esto de provocar carcajadas, pero es imprescindible para ver por dónde van los tiros de la ficción femenina actual.

martes, 18 de octubre de 2011

The Walking Dead, a medio camino

Los zombis de la AMC no levantan cabeza. Es cierto que los de The Walking Dead también han tenido que sufrir los recortes por parte de los directivos del cable, al igual que les pasó a otras de las mejores ficciones de la cadena como Mad Men o Breaking Bad; sin embargo, el proyecto emprendido por Darabont ya chirriaba mucho antes del atraco a mano armada perpetrado por los ejecutivos. El cambio de guionistas a finales de 2010, la espantada del creador y ciertas decisiones incomprensibles de programación (primero seis capítulos, luego una premiere de una hora, meses después el resto de la temporada) no han hecho más que agravar un problema que la serie parece traer de fábrica: concepto y personajes. Y eso que el regreso de The Walking Dead dice todo lo contrario; la AMC se metió el domingo en el bolsillo con más de 7,3 millones de espectadores y una mejora respecto a la primera temporada. El proyecto conquistó en su pretensión de cultivar un género terrorífico muy potente y actual; sin embargo, es innegable que los walkers siempre se han arrastrado a medio gas.

Aún así, Glen Mazzara puede darse con un canto en los dientes, pues la premiere ha conseguido el respaldo de la audiencia haciendo honor a los mejores momentos de la primera temporada. El productor que ha pillado la silla de Darabont retoma la serie cuando los protagonistas abandonan definitivamente la ciudad de Atlanta hacia la base de Fort Benning; las primeras escenas, en que el grupo liderado por Rick es arrinconado por los zombis en una carretera comarcal, recuperan la tensión de los primeros capítulos y hacen olvidar algunos momentos de lo más what the fuck (el que distinga entre carne de marmota y carne de niña en el intestino de un zombi que levante la mano). Pero no sólo de entretenimiento viven los Grimes… Es el momento en que el guión se mete en harina de personajes cuando más notamos los pespuntes del producto; los problemas familiares se reducen a la pataleta de un niño; los de fe, hablando con la figura de un Cristo; y los de desesperanza, prohibiendo el suicidio. La originalidad de The Walking Dead termina en el maquillaje y las bocas abiertas, y la sutilidad brilla por su ausencia. 


Y es que es injusto que The Walking Dead hubiera ganado el premio al blockbuster de calidad mucho antes de su estreno. AMC, nueva creadora a lo HBO, y Darabont, curtido en pequeñas películas de grandes guiones, otorgaron al proyecto un crédito que han deslegitimado sus seis primeros capítulos. ¿Es The Walking Dead tan superficial en el retrato de protagonistas y en su discurso sobre la fe y la esperanza por su adhesión al cómic? Y ya que muchos críticos defienden que la versión audiovisual se diferenciara de la novela gráfica y profundizara en su vertiente de personajes, ¿por qué la serie no se desmarcó también en líneas de continuidad que habrían dado mucha vidilla, como retrasar el encuentro entre Rick y su familia, contar algo más de Morgan y su hijo, plantear un enemigo humano en aquel que abandonaron en el tejado, o indagar en las causas y situaciones del contagio? Conscientes ya de que The Walking Dead ha puesto tierra de por medio respecto de lo que muchos esperábamos de Darabont (una La carretera o una La niebla televisiva), la ficción debería abandonar las pretensiones y apostar por el entretenimiento. Mejor eso, con diferencia, que quedarse a medio camino.

viernes, 14 de octubre de 2011

Norteamericanamente acojonante

"Genial, ahora somos la familia Addams"; no podemos negar que Ryan Murphy y Brad Falchuk son claramente conscientes en su vocación de pastiche terrorífico. No podría ser de otra manera titulándose su nueva serie American Horror Story. El resplandor y La semilla del diablo por delante, fantasmas, deformidades, enfermedades, leyendas urbanas, serial-killers a lo Ed Gein y la banda sonora de Psicosis de fondo. Los de Glee han cambiado de tercio, se han arremangado y no se han dejado nada norteamericanamente espeluznante en el tintero, y aun habiendo apuntado tan alto en su revisión panterrorífica, han cumplido con creces en los dos primeros capítulos. Y no sólo en lo de acojonar (ver la cabecera basta para que se te pongan los huevos de corbata) sino también en su reflexión sobre lo que las fórmulas del horror occidental tienen que decir acerca de lo social. Porque lo último que quiere Murphy con su American Horror Story es darnos miedo; el terror es una coartada para hablar de la familia y otras cosas que, si lo pensamos, son igualmente aterradoras. 

Empezando por la casa encantada. Y eso que no hay una receta más manida, pero lo que luce en American Horror Story es de libro. Los Harmon (Dylan McDermott, Connie Britton y Taissa Farmiga) se trasladan de Boston a Los Angeles con la intención de comenzar de nuevo cargando el recuerdo de unos cuernos maritales y un sangrientísimo aborto, y no podrían haberse agenciado un chalé más malrrollero. Y es que ya decía Josep M. Catalá, entendido en esto de las manifestaciones artísticas de la última década, que la figura convencional de la casa iba a volver al cine y la tele de nuestros días post 11-S para hablarnos de la reconstrucción metafórica del hogar. En American Horror Story, nada más lejos de la realidad. Es sintomática la presencia constante de la casa, en este caso para mostrarnos los fantasmas que amenazan la integridad de la familia norteamericana, desde Moira, chacha viejuna o buenorra según la mires, a Constance (Jessica Lange es de lo mejor de la serie), una vecina con muy mala idea. No hay que ser muy listo para ver que no es el sitio perfecto para empezar de cero.

Porque la casa protagonista de American Horror Story tiene una relación muy peliaguda con el pasado; la serie profundiza capítulo a capítulo en el historial sangriento del nuevo hogar de los Harmon, donde los asesinatos y las desapariciones misteriosas eran el pan de cada día. Murphy y compañía indagan en la relación que las convenciones del cine de terror de los 60 y 70 guardan con los norteamericanos, como el inmovilismo social, la religión el sexo y la culpabilidad; y con ciertas figuras de horror colectivo, como el cáncer, la psicopatía, la esterilidad. Los horrores de entonces, heredados de las convenciones culturales de la época, arrastran a Ben y Viven a la destrucción familiar: el primero es un Jack Torrance moderno encaminado a la mentira y la infidelidad; la segunda es embarazada a lo Rosemary Woodhouse por un misterioso ser encuerado meses después de haber sufrido un aborto horrible. Y lo curioso es que no nos importa qué pasa realmente en esa casa, pero sí cómo lo solventan los protagonistas. Porque, por muy acojonante que pueda ser, American Horror Story no es una serie de terror; si me apuráis, es una serie sobre el terror.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Las chicas de la tele (I): Awkward, Suburgatory y 2 Broke Girls

Ya lo dijeron los de New York Magazine el mes pasado, abriendo el debate televisivo de la nueva temporada: los hombres de las nuevas sitcoms odiarían a las chicas de las nuevas sitcoms. Y es que parece que se han puesto de acuerdo los estrenos más resultones de los últimos meses… Awkward, New Girl, 2 Broke Girls, Suburgatory y Enlightened pueden ser muy diferentes en personajes, fórmulas y público, pero no es absurdo decir que coinciden en esencia. Es curioso que estas series, puntales de audiencia en pocas semanas (2 Broke Girls ha levantado los lunes de CBS y New Girl es el nuevo buque insignia de Fox) pero más o menos desapercibidas para la crítica, hayan provocado cierto revuelo en esto de la representación de la mujer en televisión sin ni siquiera pretenderlo… ¿Son las nuevas La chica de la tele?

No es descabellado pensar que esta revisión del paradigma femenino opere a través de la comedia. Ya lo consiguió Mary Tyler Moore allá por los 70 y lo cierto es que, aunque otras series como The Good Wife o How to Make It in America han hablado de la esposa trabajadora y de la joven que sabe sacarse las castañas del fuego, por citar sólo dos ejemplos recientes, la risa ha demostrado ser el método más positivo, permeable y menos intencional para hacer política. La estructura de la comedia de los últimos veinte años viene de la mano de los Kelsey Grammer, Jerry Seinfield y Larry David de turno; Zooey Deschanel, Whitney Cummings, Laura Dern y compañía se sirven ahora de las fórmulas heredadas del patriarcado televisivo de los noventa para hablar de la mujer que hace lo que le da la gana en pleno siglo XXI.

Lauren Iungerich, productora curtida en la ficción teen con la versión catódica de 10 razones por odiarte, fue la primera en dar que hablar este verano gracias a Awkward. La serie de la MTV, una comedia juvenil entretenida y muy sencilla, conquistó a pequeños y mayores por lo real de su retrato sobre la inadaptación adolescente: Jenna (Ashley Rickards) es guapa, lo que no le impide ser muy pringada; Jenna está colada por un chico que no quiere ser su novio, lo que no les impide acostarse juntos. Suburgatory, de ABC, ha tomado el relevo a Awkward en esto de la destrucción de las barreras entre lo ideal y lo real de las jóvenes; la productora de comedia Emily Kapnek habla de una chica de Nueva York (Jane Levy) que odia tener que mudarse al empalagoso barrio de las afueras después de que su padre descubra un condón en su armario. Jenna y Tessa reniegan del ideal teenager; no quieren la familia perfecta, ni belleza, ni popularidad, sólo mantener su personalidad frente a lo que los demás exigen.


Y en esto que llega 2 Broke Girls; Michael Patrick King (Sexo en Nueva York) y Whitney Cummings (Whitney) se hacen con Max (Kat Dennings) y Caroline (Beth Behrs) para hablar de lo complicado que es tener ambición en época de crisis. Porque lo que quieren las nuevas camareras de CBS es dejar de currar en la hamburguesería y montar una tienda de cupcakesDel amor y la familia, de momento, ni mu; de hecho es sintomático que las dos pasen de sus padres y que Max se deshaga del capullo de su novio en el primer capítulo. 2 Broke Girls es mucho más convencional en el género (pura sitcom) y puede que también en eso de que la amistad es suficiente para tirar pa’lante, pero lo curioso es que a sus protagonistas no les importa lo más mínimo ser mal habladas y pegarse con las demás chicas del barrio por una camiseta del mercadillo con tal de ir ahorrando algo para su negocio. Parece que es así es como se las gastan las chicas de la tele a partir de ahora...

lunes, 10 de octubre de 2011

¿Qué hay que saber sobre Hell on Wheels?


A los de la AMC les gusta dar que hablar. Y no, esta vez no me refiero a Mad Men. Después de haberse convertido en una de las privadas más odiadas de los últimos meses (véase cancelación de Rubicon, negociaciones con Weiner, espantada de Darabont y premieres rarunas de The Walking Dead), AMC vuelve con ganas de bombazo. Y eso que, por el momento, Hell On Wheels está pasando de lo más desapercibido, ya sea por desconfianza de los medios y el público hacia la cadena teniendo en cuenta lo mal que se han portado con sus productos o por ser uno de los últimos estrenos en aparecer por la parrilla otoñal… La cuestión es que, rencores variados aparte, el western que los padres de las últimas joyas del cable han preparado para el 6 noviembre es una de las promesas de la temporada. Y es que ya hay que ser valiente para toserle al western, y si no que se lo digan a Joe y Tony Gayton, a la cabeza del proyecto. Queramos nosotros o no, Hell on Wheels tiene muy buena pinta.

Años después de la grandísima Deadwood, intocable en esto del far west, y meses antes de la llegada de Gateway, incursión de TNT en el género, Hell on Wheels pretende alegrarle la mañana a los incondicionales con una del oeste en condiciones. Y si no, atentos al argumento; allá por 1860, tras el final de la guerra de Secesión norteamericana, Cullen Bohannan (Anson Mount) se une a la construcción del primer ferrocarril transcontinental con la intención de cargarse al asesino de su mujer. Pero no sólo de venganza vive el vaquero… La nueva de la AMC promete entretenimiento a tiro limpio (más que Deadwood, suficientemente genial en la profundización dramática de la época), pero también indaga en uno de los mitos westerianos más desconocidos; con la expresión hell on wheels (el demonio sobre ruedas) se referían al peligroso campamento que levantó el tren de Union Pacific. Y después de esto, decidme que la AMC no se está currando una nueva oportunidad.

viernes, 7 de octubre de 2011

Gran Hotel, otra historia sobre ficción española

En televisión está a la orden del día eso de tener buenas ideas y no saber o no poder explotarlas de la manera correcta; nos hacemos cargo de que es imposible controlar todos los factores que intervienen en este tipo de proyectos. Pero lo de la ficción catódica española es de campeonato: es experta en hacer series chapuceras incluso teniendo tan a mano los referentes en que claramente se inspira. Porque lo de que Gran Hotel es la Downton Abbey cañí no lo digo yo… La serie de Bambú para Antena 3 se enorgullece de ser una adaptación castiza de la británica acerca de las vicisitudes sociales allá por 1900, y sólo hay que echarle un vistazo al primer capítulo para darse cuenta. Hasta ahí la buena idea. Como ya se habló a partir de The Playboy Club, el de Gran Hotel es un problema de figura y fondo; sabe explotar las formas del género al que reverencia, pero no tiene un discurso que articular a través de ellas. Gran Hotel no tiene alma.


Y eso que ya les gustaría a muchas poder decir que son primas lejanas de Downton Abbey. Es uno de los primeros casos en que no se demoniza a una ficción por inspirarse en otra; ya no sólo por el éxito internacional incontestable de la primera, sino por su afán en actualizar las formas del melodrama de época, denostado en la televisión de los últimos años y que podría tener mucho que decir en España. De hecho, los mejores momentos de Gran Hotel son aquellos en los que se dejan entrever tales fórmulas: el encuentro de los protagonistas en la estación (el tratamiento temporal de esta escena recuerda a Downton Abbey); el montaje paralelo entre los vagones de primera y tercera clase; las referencias a lo epistolar en la relación entre Julio y su hermana; la desaparición misteriosa de ésta. Los primeros diez minutos demuestran que Gran Hotel podría ser digna sucesora del género al que homenajea conscientemente; los problemas, como en toda ficción española, vienen después, y provienen de mucho más arriba.

Ser tan perfecta en producción y mucho más correcta de lo esperado en guión y dirección como Gran Hotel (bravo al equipo de Bambú; Ramón Campos, Carlos Sedes y compañía) no es suficiente cuando lo que necesita nuestra industria es una revolución en programming y scheduling, como bien dicen los americanos. Los defectos de la nueva de Antena 3 sobresalen cuando la duración de la ficción para su acomodo en parrilla (scheduling) agota sus virtudes hasta el extremo y deja en bragas el artificio, pues no sólo hace falta un género, sino algo que contar a través de él (programming), y el discurso de Gran Hotel no da para tanto. Estas estrategias claramente fallidas convierten la serie en una desalmada y mecánica acumulación de diálogos rancios sobre familias desheredadas, mujeres independientes y relaciones a lo Titanic, que demuestran además lo limitado del star-system juvenil, empleado únicamente para llamar audiencias. Gran Hotel es otra historia más sobre la ficción española; lo que pudo ser y no fue.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Silk; excesos de justicia

En una época en que la justicia se decide a cuchilladas en un apartamento (véase Damages) o a base de intrigas de despacho (véase The Good Wife) oír eso de que uno es inocente hasta que se demuestre lo contrario suena un poco a chino. Y aunque vemos que los chicos de Silk tienen mucho afán por demostrar que son los más justos de la tele, al final acabamos viéndole lagunas al tema de la imparcialidad. Y no porque el drama legal que la BBC estrenó a principios de año no se lo tome en serio; el bufete londinense de Shoe Lane se deja del rollo sangriento y emocional, eso que parece darle vidilla a los tribunales yanquis, y se mete de lleno en cómo manejan los barristers ingleses los efectos contradictorios de un superávit de honradez. Parece que los de la cadena pública se empeñan en cagarse en todo lo políticamente correcto que han construido durante tantos años (véase también The Hour); ahora van y nos dicen que el camino de la justicia no tiene por qué ser precisamente el mejor.


Y mucho más mérito tiene que Silk haya vencido las barreras culturales y sea reconocida en Estados Unidos como una de las mejores series de abogados ever. O al menos eso dice Sarah Palin sobre la serie de Peter Mofatt... Y en el caso de que este argumento no os convenza del todo, os diré que Martha Costello (increíble Maxine Peake), la prota de la serie, compite en adorabilidad y pasión en su trabajo con la mismísima Alicia Florrick, que no es moco de pavo. En su carrera por conseguir un puesto Silk (algo así como un importante fiscal de defensa), Costello nos muestra lo complicado que es querer a ayudar a tus clientes cuando tienes que tomarte la ley al pie de la letra. Peor aún si tienes que lidiar con conspiraciones de bufete, que los de Shoe Lane son ingleses pero ni un pelo de tontos; el abogado Clive Reader (Rupert Penry-Jones, Match Point) es capaz de aliarse contra su propio jefe, Billy Lamb (Neil Stuke), para quitarle el curro a Martha, aunque implique hundir al resto de compañeros por el camino. Nada que envidiar a Lockhart & Gardner, vamos.

Y sí, ya sé que las comparaciones son odiosas… La inglesa es lo suficientemente grande por sí misma, pero no viene nada mal alabar las similitudes entre Silk y The Good Wife (el legal más prestigioso y perspicaz de la pantalla actual) si podemos arañar algún visionado más para la de la BBC, uno de los grandes estrenos de la pasada temporada, y el más desapercibido. Silk deja a la Florrick malparada en su visión de lo justo y en la sutilidad en las relaciones entre el abogado y su caso: el piloto es toda una declaración de intenciones al plantear lo injusto del “inocente hasta que se demuestre lo contrario”; conmovedor el proceso en que Martha debe desacreditar a una chica violada ante los tribunales cuando ella acaba de quedarse embarazada; curiosísimo el juicio en el que Costello idea una estrategia de defensa para el acusado al que debe condenar… Donde las grandes tramas criminales y los conflictos políticos a los que estamos acostumbrados son márgenes de la ley, Silk es pura reflexión sobre los excesos de la justicia.

lunes, 3 de octubre de 2011

Sleepers: Anna Torv

Sleeper: dícese de aquellas películas dormidas que despiertan una vez llegan a la cartelera, de pequeñas dimensiones, y que se hacen grandes porque el público las recomienda. El Club Silencio aprovecha la coyuntura y dedica una sección a los mejores Sleepers interpretativos de la tele.
Anna Torv es un Sleepers cantado. Y me ahorro lo de que es una de las mejores actrices que se pasean por la parrilla catódica actual porque respecto a eso no hay nadie que me tosa. Pocas hay que se merezcan un Emmy, un evento de Facebook para peregrinar al set de rodaje y una pancarta con su foto en cada puente de la M-30 como la Olivia Dunham over here (la de fuera de la pantalla, digo). Y es que no se puede ser más profesional, más simpática, tener una sonrisa más encantadora, y a la vez estar tan olvidada por los que se encargan de repartir los méritos televisivos como ella. Pero por algo se dice eso de que mejor solo que mal acompañado; el amor del público más allá de las condiciones de premios y buenas críticas es a lo que se debe el actor… Y en eso, Anna Torv gana por goleada.

Mucho habrá tenido que currárselo ese físico deslumbrante y esa voz que llena la pantalla de carisma para pasar así de desapercibida. Esta australiana de raíces estonias que odia que le recuerden que es medio sobrina de Rupert Murdoch lo ha tenido difícil para saltar al mainstream estadounidense y darse por fin a conocer al público internacional después de haber dado el callo en el prime time de su tierra natal en los años más mozos de su carrera. Con poco más de 20 años debutó en el policial australiano Young Lions y algún que otro filme para televisión hasta que en 2004 consiguió uno de los papeles protagonistas de la cuarta temporada de la Friends de las antípodas, que se dice pronto. “Solía ser cínica respecto al amor cuando era más joven, y eso me sirvió para entender el espíritu de The Secret Life of Us”.

Y así fue cómo Anna Torv se estrenó por las prometedoras tierras británicas. Serie de culto en Reino Unido, su papel de Nikki en The Secret Life of Us (Vidas Secretas en España) fue la excusa perfecta para que apareciera años más tarde en Mistresses, ya como una de las apuestas imprescindibles tras ser premiada por la asociación Australians in Films… Esos sí que son paisanos con buen ojo. La participación de Torv en esta ficción inglesa de 2008, de grandes críticas pero maldita en su comparación eterna con Sexo en Nueva York, fue el trampolín para su posterior adopción por parte de los yanquis, con reto profesional para la susodicha incluido: “Cuando tienes que interpretar a un personaje gay lo normal es pensar ‘ella es homosexual, y tendría que hacer esto o esto otro’, pero realmente tiene relaciones tan normales como el resto”. 

Pero para reto en condiciones, que le pregunten a Anna por Olivia Dunham. No contenta con llevar el peso de la serie a sus espaldas, la Torv se ha atrevido con ella misma, su homóloga evil, la Olivia futurible y la Dunham poseída por el mismísimo Leonard Nimoy en la última temporada. Pero ya se sabe que todo lo bueno se acaba y lo más duro es que, a las puertas de la cancelación definitiva de la serie, la prota de Fringe no ha hecho público nada acerca de posibles proyectos. ¿Habrá vida después de Olivia Dunham? Puede que Anna Torv sea una actriz de papeles modestos y puede que su experiencia pueda abarcarse casi con los dedos de una mano, incluso puede que dejemos de verla en las pantallas durante un tiempo, pero será inolvidable por ser de ésas que han hecho grande una ficción sólo con su presencia. Y si eso no es ser una actriz como la copa de un pino, que baje Dios y lo vea.