viernes, 27 de mayo de 2011

Sangre fresca, fresca...



No hay duda respecto a que los de True Blood han sido los mejores generando expectativa desde su primera temporada… Y es que los que somos fieles a Bon Temps esperamos como agua de mayo que la HBO lance los trailers y carteles publicitarios a finales de mes… Y no se han hecho esperar; el bombardeo promocional de la serie dio comienzo hace un par de semanas. Lo malo de esta campaña previa es que deja tan alto el listón que, al final, el trabajo de Alan Ball durante un año entero… ni fu ni fa. O al menos algo así ocurrió con la última temporada… En septiembre de 2008 la HBO estrenó True Blood, del creador de A dos metros bajo tierra, basada en la saga literaria fantástica de Charlaine Harris. La sorpresa fue que su atmósfera vampírica y de terror, el principal atractivo de la ficción, no era más que una coartada argumental para hablar de las drogas, la marginalidad o el racismo… La primera temporada, además de suponer un revulsivo genial para los géneros catódicos, se convirtió en un emblema de calidad y entretenimiento en el panorama televisivo actual. 


Y es que True Blood es de las pocas que te deja con la boca abierta mientras cuenta mucho de nosotros mismos. Sin embargo, la serie ha ido perdiendo fuelle temporada a temporada; pese a haber refrescado con líneas de continuidad rompedoras, como la estirpe real de vampiros y la alianza con los hombres lobo, son los protagonistas los que impiden que los vampiros nos pongan tanto como en la primera entrega… Donde Sookie antes era graciosa, ahora es excéntrica; donde Bill era tierno, ahora es demasiado intenso… Y es que ya se sabe que cuando los secundarios llevan el peso a sus espaldas, es el espectador el que acaba soportando la carga... La cuarta temporada es la nueva oportunidad para reflotar True Blood (Alan, I trust you), la que ha sido una de las series más transgresoras de los últimos años; la separación de Bill y Sookie, su acercamiento a Eric y el descubrimiento de su poder como hada dará mucho que hablar en los próximos capítulos… Y ya veremos si para bien o para mal. La prueba de fuego…, el 26 de junio.

jueves, 26 de mayo de 2011

The Chicago Code y la receta del género

A Shawn Ryan se le ha cortado la mayonesa. Y es que las series de género requieren una mezcla muy precisa en un panorama televisivo tan saturado como el de hoy. Los géneros catódicos siguen muy muy vivos, pues aunque no convenzan del todo a la crítica, son los más agradecidos para el público, que en su mayoría prefiere lo “malo” conocido a lo bueno por conocer. El productor estadounidense, consagrado por la aclamada The Shield, ha tenido en cuenta la receta para su nuevo acercamiento al drama policiaco, The Chicago Code; debes tratar las convenciones genéricas con una perspectiva original para destacar sobre el resto, pero si te pasas de innovador, luego te llaman moderna. The Chicago Code, estrenada por Fox a principios de febrero, ha sido una digna actualización de la mitología policial televisiva, con buenas referencias, buenos personajes y líneas de continuidad interesantes. Lo bueno de esto es que entretiene seguro. Lo malo, que nadie se muere por verla. Resultado: cancelación en la primera temporada.

Y eso que la serie tiene una jefa de policía de Chicago (Jennifer Beals – la prota de Flashdance pistola en mano a sus casi cincuenta años es un visionado imprescindible) muy justa y a la que no le da miedo dar un par de guantazos, que deja su vida personal a un lado por su trabajo; un concejal corrupto, malo muy malo, pero con mucho carisma; una familia honrada de policías, los Wisocky, a los que amenaza la sombra de la corrupción (tema tratado en otra serie de género actual, Blue Bloods); el infiltrado a punto de ser descubierto, incluso los compañeros de patrulla que terminan a partir un piñón (sí, también hay mucho de buddy film, de Alma letal a Dos policías rebeldes) o acaban enamorándose.

The Chicago Code tiene todos los ingredientes para que se les haga la boca agua a los incondicionales del género. Pero son los momentos en que la serie huye de lo estrictamente policiaco cuando sobresale como un ejemplar sui generis; The Chicago Code guarda la genialidad en su propio título. Apuesta por un enfoque localista chicago-castizo que lo aleja de la mitomanía de las ficciones policíacas y lo acerca a lo realmente oscuro de una ciudad. Mientras otras series intentan salvar al mundo del terrorismo, cliché en el que caen hasta los dramas policiacos más planos (es muy duro que Los hombres de Paco pretendan evitar atentados cuasi mundiales), Shawn Ryan se sale por la tangente.

The Chicago Code elige un lugar representativo, cultiva visualmente su propia intrahistoria (esos flashbacks a lo The Black Donellys aportan cierto respaldo cultural a la serie) y se centra en la institucionalización de la corrupción (Ryan revitaliza el género en su acercamiento argumental a The Wire o Los Soprano), algo que ocurre hasta en las ciudades que salen por la tele. Además, la serie actualiza sus estereotipos con un enfoque de raza y género: el jefe de policía es una mujer, y mestiza, al igual que gran parte de su equipo, el político poderoso es negro, la pareja sentimental es interracial… Son este tipo de detalles socioculturales los que ponen a punto cualquier producto para el espectador de hoy en día.


Sin embargo, han sido las pequeñas cargas genéricas las que han llevado a la serie a la cancelación. La conclusividad de cada episodio lastra el desarrollo de los personajes, que son lo realmente atractivo de The Chicago Code, como la soledad de Teresa Colvin o la relación de Wisocky con su prometida y su ex mujer, y de las líneas de continuidad; el hecho de que en cada capítulo resuelvan cada caso provoca que el bando enemigo, encabezado por el concejal, quede siempre desdibujado. El panorama televisivo de los últimos años, pensando en CSI: Las Vegas respecto al género policiaco, True Blood al fantástico o The Good Wife al legal, ha demostrado que son precisamente esas pequeñas violentaciones de lo tradicional las que hacen que una ficción sea recordada por ir a la vanguardia del género... Y The Chicago Code tiene demasiado de tradicional.

lunes, 23 de mayo de 2011

Para revolución, 'The Good Wife'

SPOILERS de la segunda temporada de The Good Wife

Sí, la segunda temporada de The Good Wife merece dos entradas en el blog. Y así seguidas, en plan maratón. Porque lo de esta serie es de campeonato; comparte el podio con Fringe en ser la ficción con el fenómeno fandom más contundente de la televisión actual, teniendo en cuenta sus pobres datos de audiencia. Puede que los florrickeros seamos un pequeño nicho televidente, pero ya se sabe que la especialización favorece la competitividad. Y es que la ascensión de The Good Wife desde su primer capítulo ha sido orgásmica. Ha pasado de ser un procedimental de abogados muy innovador y con un desarrollo de personajes inquebrantable a un drama polifacético sobre la justicia y la política más realista imposible. Eso sí, con toques de soap-opera elegantísima…, porque es la Tensión Sexual No Resuelta entre Alicia y Will lo que más nos pone de todo.


La segunda temporada de The Good Wife ha perfeccionado el descenso de Alicia a los sótanos más sucios de Chicago. Si la primera temporada presentó el conflicto de la protagonista entre lo personal y lo laboral, entre la vida familiar y la justicia, no sólo en los casos de Lockhart & Gardner, sino también en los procesos judiciales de Peter, su season finale ya avanzó la importancia de la política en la segunda entrega de la serie. La entrada de Eli Gold para salvar el culo a Alicia y la rueda de prensa que nos dejó con el corazón en un puño fueron los primeros síntomas de que la Florrick, como dijo Diane en el capítulo del último martes, se convertiría en “el puente entre lo legal y lo político” de lo más granado de Chicago, con intromisiones en su vida privada incluido, por supuesto. Y lo que nos queda: los conflictos en la relación personal y laboral de Will y Alicia, con Peter Florrick como fiscal cabreado de por medio, darán mucho que hablar en la tercera.

Precisamente el conflicto entre lo público o político y lo privado ha sido desde el principio el puntal de la ficción; The Good Wife tiene una miga muy melodramática - el conflicto entre el deber familiar, laboral, o político, y el propio deseo, viene de muy lejos - camuflada tras la apariencia de un drama light de abogados. Ese collage de géneros y perspectivas hace que la serie, al igual que otros dramas legales como Damages y Silk, lance una de las reflexiones más perfectas sobre las dinámicas reales del poder, la justicia y lo personal. No es casual que el desencadenante de The Good Wife fuera la dimisión real de un político corrupto estadounidense acompañado de su esposa, así como que los casos de Lockhart & Gardner tengan un referente directo con la realidad, desde el caso Facebook a Strauss-Kahn.


Sin embargo, todo lo que de político tiene que decir The Good Wife se quedaría en nada si no fuera el relato televisivo mejor desarrollado y más entretenido de hoy en día. Porque, para qué engañarnos, lo que más nos interesa es lo que le pasa a los personajes. Y respecto a eso, la segunda temporada ha sido de infarto. Si en la primera vimos cómo Alicia se maleaba poco a poco al contacto con los demás, habiendo estado dedicada solamente a su familia durante años, en los últimos 23 capítulos han sido el resto de protagonistas los que se han transformado gracias a ella.

Desde Cary, al que la envidia hacia Alicia ha convertido en uno de sus principales enemigos y ha acabado pasándose definitivamente al bando de los malos; Peter, que casi logró convencernos de su conversión en uno de los buenos por el “amor” a su mujer; Eli, que es ahora un hombre comprensivo y con un punto débil (que vuelva America Ferrara, por favor); Will, que en la season finale dejó de lado los tejemanejes judiciales y se ha convertido en un hombre “familiar” y enamorado, a Kalinda, que reniega totalmente de su pasado - y que en el último capítulo empieza a recelar de sus affaires con casados/as - tras haber fallado a su mejor amiga.

Y es que, para revolución, Alicia Florrick. Porque lo de que es buena esposa es mentira, y con razón. Desde que le salió mal “el plan” con Will a principios de temporada, Alicia se ha debatido constantemente entre su jefe, que encima va y se echa novia, y Peter, que parecía no haber roto un plato en su vida. Y es a Kalinda (al final hasta la prota va a tener que agradecerle haber sido "la querida") a quién debemos la transformación final de Alicia en esa última escena, en una mujer que abandona el “deber” y se deja llevar por el “deseo”… Y es que The Good Wife tiene mucho de soap-opera o melodrama…, pero de momento con un happy ending por todo lo alto.

viernes, 20 de mayo de 2011

El 'good timing' de Alicia y Will

SPOILERS de la season finale de The Good Wife

Lo que ha conseguido The Good Wife sólo lo hacen las grandes series (muy pocas), y los clásicos cinematográficos. Nada de Mundial de fútbol o Boda Real. El evento televisivo de la última temporada ha sido la season finale de The Good Wife, y ya no por su fenómeno fan o la expectación que ha creado (porque aunque la serie de Alicia Florrick no sea una de la más vistas, sí es la más comentada y admirada en las redes sociales), sino por lo “importante”, lo que discurre dentro de ella. Como las grandes películas, vamos, pero ésta se emite todas las semanas por la tele. Muchos han traído a colación del último capítulo de la temporada lo mejor del planteamiento audiovisual de la serie, incluso hemos pasado a considerarla un "clásico contemporáneo" y a compararla con Wong Kar-wai. Y es que lo que parece descabellado para cualquier otra serie le sienta como anillo al dedo a The Good Wife.

Y sí, cuando el río suena, agua lleva. La última escena de la season finale es un milagro de la dirección de guión y actores. Es cierto que la autoría en televisión es un concepto devaluado; la unidad estilística es difícilmente adaptable a los productos televisivos que, por lo general, reniegan de la consagración artística a favor de la continuidad, y caen en manos de multitud de realizadores. Sería más fácil para una serie de género destacar por un enfoque formalista y autoral (Boardwalk Empire y Mildred Pierce son claros paradigmas televisivos del cine negro o el melodrama); sin embargo, la mayoría de ficciones actuales huyen de la adscripción genérica; The Good Wife, entre ellas, opta por una visión multiformal de la realidad, poliédrica (desde el procedimental de abogados hasta el drama político y familiar o la soap-opera), que la hace mucho más contemporánea.




Sin embargo, ya sea fruto del azar o de la conjunción de los planetas, The Good Wife ha mantenido en cada capítulo un sorprendente equilibrio entre lo que argumentalmente exige la historia y su puesta en escena, desde la primera escena del piloto, ya comentada en el blog, hasta la última filmada. La escena del ascensor es perfecta para concluir la temporada, la transformación de Alicia en una mujer que desea y actúa en consecuencia y Will en un hombre que deja de lado las mentiras piadosas del bufete para dar a conocer su “verdadero yo”. Robert King, como buen director catódico, ha sabido dilatar al máximo el momento y manejar el bad timing de la pareja tan magistralmente como lo ha hecho su equipo durante dos años de programa; el continuo abrir y cerrar de puertas, la llave de la habitación que no funciona y la cámara que se aleja. Y lo ha hecho como los grandes; permitiendo un deleite en el visionado que hace The Good Wife perfectamente comparable a Douglas Sirk o Wong Kar-wai. Sin duda, serán durante mucho tiempo los mejores tres minutos de la televisión.

jueves, 19 de mayo de 2011

Casi Humanos..., o humanos del todo

Tal y como están las cosas a día de hoy, no sería extraño que un vampiro, un hombre lobo o un fantasma ganaran las elecciones. Y no porque lo de chupar sangre sea algo normal en la política, que lo es, sino porque a los protagonistas de Casi Humanos les ha bastado media hora de preestreno, y un par de semanas de una curiosa campaña previa, para meterse en el bolsillo a la audiencia española. Aunque la nueva serie de Syfy España viene precedida de la buena acogida de la primera temporada de Casi Humanos en Estados Unidos, donde empezó a emitirse en enero, y la versión británica, en antena desde 2008, ha sido el propio evento de presentación el principal atractivo - y no lo digo por el casting de la serie, que también – para el estreno del jueves.


Para regocijo de los más freakys y mitómanos (entre ellos yo), la celebración de preestrenos ya se ha convertido en el puntal de la promoción de las ficciones televisivas, incluso para el producto castizo. Y aunque el de Casi Humanos no es el primer debut en pantalla grande de una serie extranjera en España, su atipicidad lo convierte en el exponente más meritorio; el final de Perdidos, The Walking Dead y Juego de Tronos ya tenían todo el pescado vendido... Casi Humanos no tiene un apoyo tan entusiasta en las redes sociales, ni tiene el éxito asegurado de antemano. Por eso es un motivo de orgullo para Syfy España haber arriesgado tanto no sólo en su promoción offline y online, en una campaña más “electoral” que publicitaria muy bien traída… Han sido Sam Witwer, Meagan Rath y Sam Huntington, protagonistas de la serie, los que han conquistado cara a cara a su futuro público.  


Son ellos los que interpretan a Aidan (Witwer), un vampiro de colmillo fácil en rehabilitación, Sally (Rath), una fantasma recién llegada que no puede salir de casa (ni cambiarse de ropa), y Josh (Huntington), un hombre lobo de incógnito un tanto torpe, que comparten piso en un Boston humano. Aunque no pueden negar las referencias fantásticas - más cerca de True Blood y X-Men que de Crepúsculo o Crónicas Vampíricas – los chicos de Casi Humanos quieren darle la vuelta a eso de ser monstruo. Con una estética limpia y realista ciertamente inspirada en el piloto de la Being Human británica, y un estilo de realización muy rápido y fresco, Casi Humanos enfoca al público juvenil un problema que tenemos todos: cómo aceptar que la normalidad no existe, y que la diferencia es una parte inseparable de cada uno de nosotros... Aunque no tengamos garras ni colmillos.

lunes, 16 de mayo de 2011

Proyecto Deadwood (II), o las razones para no perderse la primera temporada

“Es más fácil conseguir que un actor se convierta en vaquero que convertir a un vaquero en actor”, que decía John Ford. Sin embargo, Deadwood actualiza al padre del género con una ración de tiros a lo siglo XXI. Porque, como ya hemos comentado en el blog, además de haberse consagrado como el western catódico por excelencia, el far west de la HBO ha convertido lo más negro de la historia americana en un relato televisivo que fascinaría a los incondicionales del oeste. Y es que Deadwood sí ha conseguido que hasta los pistoleros del Ford más clásico se mueran de envidia ante los habitantes reales de Dakota del Sur... Razones, aquí (con algún SPOILER de la primera temporada de por medio).

Protagonistas “de armas tomar”.
No hay mejor forma de describir que a través de un tópico, Woody Allen dixit. Y eso que los vecinos de Deadwood son de todo menos típicos; por algo están basados en personas reales. Timothy Olyphant interpreta a un sheriff de lo más particular; Seth Bullock, comisario renegado y camuflado de ferretero en Deadwood, harto de dar de comer cadáveres a los cerdos, vuelve a calzarse la estrella. Y es que si quieres algo bien hecho, mejor hazlo tú mismo. Al Swearengen (Ian McShane) sí que es poco prototípico; así de malos sólo los hay en la realidad… pero es que tener un bar en el lejano oeste es poco rentable. Lo que sí da pasta es tener una mina de oro, pero también muchos enemigos. Que se lo digan a Alma Garret (Molly Parker)… por algo está enganchada al láudano. 


La justicia y la redención o aquí no hay western. En toda peli del oeste, hasta el más justo tiene que dar un par de guantazos de vez en cuando… incluso los hay que se cansan de cargarse a tó quisqui y se vuelven buenos. La primera escena de Deadwood es una declaración de intenciones: el sheriff Bullock se enfrenta a unos pistoleros que buscan la muerte de un preso. Cuando los ha convencido, ahorca al preso para hacer cumplir la ley. Y es que la justicia westeriana es muy complicada… La redención la pone Bill Hickok (interpretado por Keith Carradine). El Willian Munny de Deadwood está cansado de que todos se meen encima cuando le ven llegar… pero tan manso se vuelve que se lo cargan a mitad de temporada. ¿Qué dirá Eastwood de esto?

El amor imposible. Y no sólo para el western; se dice que toda serie se articula alrededor de una Tensión Sexual No Resuelta. La historia de Seth Bullock y Alma Garret es de las que te enganchan desde el principio, y eso que no consuman hasta la season finale. Ella, recién enviudada de un hombre al que no quiere y perseguida por la mitad de carroñeros de Deadwood. Él, casado con la mujer de su hermano a la muerte de éste, ocupado en arreglar los desaguisados de todos los vecinos. Hay quien de la necesidad hace un sayo, sí, pero Olyphant y Parker desprenden chispas. Y es que hasta los amantes del western tenemos corazoncito.  


Y por último, tiros, bourbon… y un poco de Historia. El sello de la HBO desde el primer capítulo, vamos. Uno de los requisitos para que nos creamos que lo que pasa en un relato del oeste dice algo de verdad es la ambientación. Deadwood no debe fidelidad sólo al género; de ahí sus exteriores en California, escenografía y vestuario… también a la realidad; las referencias históricas, desde la corruptela alrededor de los tratados de anexión, a las epidemias de viruela o el tráfico de drogas, enriquecen el legado de Deadwood y la importancia sociocultural del western. ¿Se le puede pedir más a una peli del oeste?

viernes, 13 de mayo de 2011

Psychoville y el dedo en el ojo


SPOILERS de la primera temporada de Psychoville 
El regreso de Psychoville es más desternillante que terrorífico... Y eso, aunque no lo sería para otra producción “de terror”, es lo mejor que puede pasarle a la serie más cínica y sangrante de la BBC. No podría ser de otra manera con Steve Pemberton y Reece Shearsmith a la cabeza de este proyecto, creadores de The League of Gentlemen, algo así como el Muchachada Nui británico. Concebido como un thriller de humor muy negro en el que se camuflan todos los géneros del terror habidos y por haber (anda que no mola reconocer las referencias), Psychoville fue emitido en el verano de 2009 en siete episodios como un nuevo producto de los ingleses para meter el dedo en el ojo de casi todo el mundo. Sin embargo, más allá de su tono cómico, hay que tener un estómago de hierro y muy pocas ganas de corrección para acercarse a esta serie hiriente y malrollera.
Los que no la conozcan se echarán a temblar nada más echarle un vistazo al argumento. Seis siniestros individuos, Mr. Jelly, un payaso putero con un garfio por mano; Joy, una enfermera que cuida a un Barriguitas como si fuera su hijo; Oscar Lomax, un asqueroso viejo ciego y coleccionista de peluches; Robert, enano ex actor porno con poderes mentales; y Maureen y David, madre e hijo serial-killers con cierta tendencia al incesto, son amenazados por un personaje un tanto vengativo (para perseguir a estos zumbados, hay que estar zumbado al cuadrado). Tras ser reunidos en el último capítulo en el sanatorio Ravenhill, donde estuvieron internados, por Edwina Kenchington, la enfermera a la que creían haber matado y que busca la revancha, esta nueva temporada abre un nuevo misterio para estos protagonistas tan majos. Sin embargo, para ver Psychoville no hay que ser amante incondicional de las pelis de miedo… 
El escuadrón de la muerte que forman estos personajes no es más que un mcguffin terrorífico para meterse con todos los grupos sociales a los que de tiempo en la media hora que dura cada capítulo, y es que sólo la BBC tiene la valentía de cagarse en todos desde la tele pública. Al igual que hicieron sus creadores en 1999 con The League of Gentlemen, serie inspiradora de Little Britain (que tampoco deja a nadie con cabeza), Psychoville da la vuelta a todo lo que huele a conservador (y lo que no) en el país más conservador; desde la familia, la tercera edad, los enanos, los artistas, los criminales, los jóvenes, la infancia, los médicos… Lo bueno es que el ridículo es algo necesario en esta serie; en Psychoville todos son juzgados con la misma dureza, todas las situaciones extravagantes son tratadas con la misma naturalidad, para que no haya diferencias. Psychoville le quita hierro a todo lo británicamente correcto… y también a lo incorrecto.